Lies

 

Algo que no se dice, no necesariamente es una mentira. Algo que se dice y no se siente, en cambio, es una de las mentiras más dolorosas. Callamos cosas todo el tiempo, le ocultamos cosas a todo el mundo, incluso a nosotros mismos, y aunque nos propongamos que cierta o ciertas personas no se enteren, terminamos haciendo algo que nos delata de la manera más ingenua.

He de confesar que callo muchas cosas, que callo todo el tiempo. Me resulta muy difícil hablar de mí, de los pensamientos que llegan a atravesar mi mente, manifestar esa parte de mí, compartir de cierta manera un poco de lo que soy. Y a pesar de esa dificultad, nunca he podido decir algo que no siento, jamás he podido decir una mentira así de grande.

Ciertamente, cuando sucede un desastre en nuestro interior, buscamos a quién responsabilizar de esa desgracia, de ese suceso con el que se nos vino el mundo encima. Tendemos a depositar en otros aquellos sentimientos generados a partir del acontecimiento doloroso, pero en el fondo sabemos que nada hará que la tristeza se vaya sino hasta que aceptemos que somos los únicos responsables de lo que sentimos, al igual que somos responsables de lo que decimos, lo que callamos y las mentiras que creamos.

No puedo culpar a nadie por haber creído mentiras, pero sí puedo hacerme responsable de lo que siento y de lo que haga a partir de ello. Y también puedo decir adiós, dejar ir, liberar… entender que algo simplemente no era para mí, y que no puedo lamentarme por algo que nunca tuve.

Seguiré callando muchas cosas y, con seguridad, seguiré creyendo a pesar de las mentiras. Hace días leí que a veces somos buenos con las personas equivocadas. También leí que creer es un deporte extremo, pero no por ello dejaré de hacerlo. Creer es arriesgar, poner tu apuesta sobre la mesa sabiendo que se puede perder, pero que también hay ocasión para ganar; después de todo, la existencia es perder y ganar constantemente, jugar con las probabilidades, retar al destino: vivir es apostarlo todo.

Esta vez aposté y perdí, y sin embargo, no me siento derrotada, quizá porque fue algo que en principio nunca tuve. A pesar de ello, no dejaré de arriesgar, de apostar, de creer; uno puede llevarse un gran premio cuando menos lo espera.

 

 

 

 

 

Extraño es no volver a desear
los deseos. Extraño es ver, perdido,
disperso, en el espacio todo aquello
que estuvo unido.
Y es penoso estar muerto y trabajoso
ir recobrando poco a poco un mínimo
de eternidad.
Pero todos los vivos cometen el error
de querer distinguir con excesiva
rotundidad. Los ángeles —se dice—
ignoran a las veces si están entre los vivos
quizás, o entre los muertos. El eterno
torrente arrastra las edades todas
por ambos reinos y, en entrambos, logra
hacer oír sus voces.
Rainer Maria Rilke

 

Heart of Gold

 

La vida es una búsqueda constante. Tratamos de encontrar aquello que nos haga vivir, aquello con lo que nuestra vida cobre sentido, aquello que nos dé sentido. Buscamos aquello que se ajuste a nuestros parámetros, a lo que hemos preconcebido, a lo que hemos imaginado y, por qué no decirlo, a lo que hemos soñado. Nunca dejamos de buscar.

A veces desistimos de la búsqueda, a veces simplemente nos olvidamos de buscar, y es justo en esas pausas que hacemos los hallazgos más grandes, los hallazgos que cambian nuestra existencia en alguna forma. A veces sucede que no sabemos qué hacer cuando esos hallazgos se manifiestan y sentimos miedo, como pasa siempre que nos enfrentamos a lo desconocido, a lo que no forma parte de nuestras rutinas o nuestros hábitos.

Algunos, sin saberlo, vamos por la vida en busca de un corazón de oro. Lo buscamos como aquel que anhelaba la piedra filosofal, o aquel que se aventuraba para hallar el Santo Grial; buscamos como aquel que medita para saber que es uno con la divinidad, igual que en el poema de Amado Nervo; buscamos un corazón de oro como quien busca el significado de la vida, el nombre verdadero de Di-s, la iluminación. Buscamos un corazón de oro que se funda con el nuestro, que nos haga sentir que encontramos lo que los alquimistas o los caballeros anhelaban, que alcanzamos el Nirvana, que hallamos el sentido de la existencia, el nombre único del que es quien es, o un pleno amanecer espiritual. Buscamos ese corazón de oro que nos haga sentir como si hubiéramos conquistado todo, como si poseyéramos lo más valioso de este mundo, lo infinito, lo divino.

Los hallazgos al azar en ocasiones son los más inusitados, porque generan cambios verdaderamente radicales. Máxime si encontramos algo que no sólo cambia nuestra percepción, sino esa parte de nuestro ser que pocas veces mostramos. Cuando hallamos un corazón de oro, todo se transforma en nosotros y lo que nos rodea; es un hecho excepcional que cambia muchos aspectos de nuestra existencia y, por qué no, de nuestro propio corazón.

Al encontrar algo que no esperábamos podemos sentir miedo, duda tal vez, pero en nuestro ser, a fin de cuentas, encontramos el impulso que necesitamos, ese minúsculo choque eléctrico que nos hace latir a la par de otro ser, de ese corazón de oro que hallamos por una razón que no logramos comprender, pero que nuestra alma conoce perfectamente.

Seamos, pues, como ese minero que busca en lo más profundo para hallar un corazón de oro. Abramos el pecho para resguardarlo cuando aparezca.

 

 

 

 

Beautiful

 

La belleza de las cosas existe en el espíritu de quien las contempla.

David Hume

 

Tu nombre me suena como una brisa vespertina, como al aire que juega con las cabelleras y las faldas en la playa. Tu sonrisa es tan delicada, tan tímida y tan cálida como los rayos de sol que se cuelan por la ventana en las primeras horas del día, y es tan sincera y reconfortante como una caricia en el rostro, como el aroma de la hierba en el campo después de la lluvia. Tus ojos son tan bellos y resplandecientes como el atardecer, y tu mirada es como un espejo en un lago, transparente y fresca como el agua de un río. Tus manos son puentes, son las vías para llegar a ti, a tu corazón de oro. Tus brazos son alas que protegen, que cobijan, tu cuerpo es un roble, un mástil del cual asirse en la tempestad…

Tú eres luz, tú iluminas lo que tocas. Eres alegría latiendo en el pecho. Eres la risa que acompaña a la felicidad plena. Eres ese gatito suave y tibio que se refugia en un regazo. Tú existes. Tu estás. Tú eres hermoso. No puedes ver nada de lo que eres, de lo que representas ni de lo que inspiras: tu propia belleza te lo impide.

 

Tu ser es dicha, es vida, es música. Tú suenas a la música más hermosa. Tú eres la música más hermosa. Tú eres belleza.

 

 

Tú me suenas a esto, tu alma también… me suenas a ti.

 

 

 

 

 

 

Libros

Para mi amigo Jimmy

Los libros son como las personas, no es nada nuevo. Todos tienen una portada, algo que ven quienes los rodean, pero sólo unos cuantos llegan a saber qué hay detrás de esa primera impresión, qué es lo que hay en cada una de sus páginas. Las personas y los libros, tal como los icebergs, se ven de una manera, pero no sucede lo mismo con esa parte que no se observa, que no sobresale.

Hay libros que pasan inadvertidos por la vida de las personas. Otros, son leídos pero olvidados al poco tiempo. Unos más se disfrutan, pero no trascienden. Y hay unos que, por el contrario, se hacen imprescindibles y son leídos infinidad de veces, sin embargo, no siempre son vistos y celebrados por las multitudes, sino que aguardan pacientes a que alguien los encuentre.

Los libros, al igual que las personas, cambian según los ojos de quien los lee. Hay para quienes una obra puede ser sublime, mientras que para otros puede ser un libro más. Hay ocasiones en las que un libro llega a alguien en el momento justo, y sus palabras son exactamente las que necesitaba leer, por lo que se vuelve esencial. Existen libros que acompañan, que van más allá de la recreación e implican un aprendizaje más profundo, y son como aquellos amigos que siempre están presentes de alguna forma, o aquellos lugares a los que siempre se quiere volver. Hay libros que sorprenden porque su mensaje no está implícito, pero es posible descifrarlo, y hay libros cuyo contenido dista mucho de la impresión que da su portada.

Existen personas que son como aquellos libros que se llevan siempre bajo el brazo, o que se mantienen en el bolso o en la mesa de noche. También existen personas que, al igual que ciertos libros, aparecen de manera fortuita, y aunque no se les lee infinidad de veces, sus palabras siempre reconfortan. Los libros y las personas pueden fungir como un bálsamo para aliviar esas heridas que no se ven, pero que han dolido por largo tiempo.

Personas y libros siempre están presentes, sin embargo, sólo algunos de ellos representan lo grandioso, lo excepcional, aquello que se espera fervorosamente. Libros y personas existen por millones, pero se camina en la vida esperando dar con aquellos que cambien la existencia de forma radical, que traigan consigo lo que siempre se buscó. Para encontrarlo, sin duda se necesita ver más allá de la portada, más allá de lo que el fuego negro escribió sobre el fuego blanco: abrir la mente a lo que ya se sabe, pero no se había advertido.

Leamos cuantos libros podamos hasta hallar aquellos que tengan plasmada la verdad, nuestra verdad: aquello que realmente necesitamos.

 

 

Erinnerung

Und du wartest, erwartest das Eine,
das dein Leben unendlich vermehrt;
das Mächtige, Ungemeine,
das Erwachen der Steine,
Tiefen, dir zugekehrt.
Es dämmern im Bücherständer
die Bände in Gold und Braun;
und du denkst an durchfahrene Länder,
an Bilder, an die Gewänder
wiederverlorener Fraun.

Und da weißt du auf einmal: das war es.
Du erhebst dich, und vor dir steht
eines vergangenen Jahres
Angst und Gestalt und Gebet.

 

Rainer Maria Rilke

Remembrance

And you wait, expecting that one thing
that your life endlessly shall multiply;
that one powerful, immense thing,
the awakening of stones,
depths, coming back to you.
Volumes of gold and brown emerge
as dawn out of the bookshelves;
and you reflect upon lands traveled through,
on images, on the garments
of women lost once again.

And then suddenly you realize: that was it.
You rise up and before you stands
the fear and shape and prayer
of a year gone by.

 

 

I cherish you

Dos años han pasado desde que mi padre murió. Setecientos treinta días, exactamente. Ayer platicaba con una compañera acerca de cómo los sucesos tristes o impactantes se recuerdan de forma nítida, como si acabaran de suceder, a diferencia de otros acontecimientos. Han pasado dos años desde que mi papá se fue, y siento que el tiempo no transcurrió. Los sentimientos, por otro lado, sí se modifican; no es que se nos olviden nuestros seres queridos o nos deje de doler su ausencia, sino que la mayoría de nosotros, poco a poco, vamos resignándonos y haciéndonos a la idea de que emprendieron un viaje del que no han de regresar, tal y como dice el poema de Antonio Machado, que también es la letra de una de las canciones favoritas de mi padre: “Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.

De mi papá aprendí muchas cosas voluntaria e involuntariamente. Nunca fuimos tan cercanos al grado de que yo le contara todo sobre mi vida, y no diré que me hubiera gustado hacerlo porque ya no hay manera de enmendarlo, pues él ya no está. Convivimos lo que teníamos que convivir y hablamos lo que teníamos que hablar; ambos teníamos muchas cosas en común, como el hecho de ser personas de pocas palabras. Sin embargo, y a pesar de todo, mi papá siempre nos dio su cariño y nos cuidó en la medida de sus posibilidades, estaba al pendiente de nosotros y nos dedicaba tanto tiempo como podía. No importaba la ausencia de palabras, pues los hechos muchas veces eran más contundentes que todo lo que pudiera decirse.

Mi padre nos amó con todo su ser, tanto, que antes de morir nos platicó mi madre que dijo los nombres de mis hermanos y el mío, y mencionó nuestras fechas de nacimiento. Nos amó tanto que estuvimos presentes en su último pensamiento, en su último suspiro. Pocas veces es uno tan amado, pocas veces presenciamos cómo alguien nos ama con todo su ser, con toda su vida, y aunque no hubo muchas palabras, sí hubo incontables muestras de lo que significamos para mi padre, y me siento agradecida de que alguien me haya amado así.

A veces, cuando llego a ver películas o programas de TV (como este capítulo de Los Simpson) que abordan la relación papá-hijos, no puedo evitar la nostalgia: recuerdo los momentos más bonitos que viví con el mío y todo ese amor que nos prodigó hasta la hora de su muerte. De repente llego a sentir un poquito de envidia, pues aunque se trata de situaciones ficticias, pienso que esos personajes son afortunados porque tienen a su padre, y les quedan muchísimas cosas por vivir aún.

No me arrepiento del silencio ni de la ausencia de palabras. No me arrepiento de nada. Disfruté a mi padre cuanto pude, y como a él le llegó la hora de partir a una edad temprana, no tuve más remedio que hacerme a la idea, resignarme, aprender a vivir sin él. Pienso que eso es lo que él habría querido por sobre todas las cosas: que saliera adelante y que no me dejara vencer por nada ni nadie. Sé que me cuida desde dondequiera que esté y sé que me ama, porque cuando el amor es inmenso permanece, trasciende las barreras del tiempo, del espacio e, incluso, de la muerte.

Gracias por tanto amor, papá. Te amo.

Quejosos No-Anónimos

Damita, caballero, seguramente usted, en algún momento de su vida, se ha encontrado con alguna persona que se queja del clima, de su trabajo, de su jefe, de lo mal que le va, de su cónyuge, de que no tiene pareja / dinero / amigos, de su familia, del transporte, del lugar en el que vive, de su condición física / económica / social, y de prácticamente cualquier cosa.

Sabemos que no se trata de eventos aislados, que la mayoría de estas personas suelen quejarse todo el tiempo, lo cual le causa malestar y agobio a usted que cada día escucha la retahíla de lamentos, de consignas negativas y desesperación, en muchos casos, injustificada. Estamos conscientes de que, por el afán de ayudar aunque sea escuchando a los otros, usted se puede ver arrastrado por esa ola de pesimismo, y que por más que intente usar como paliativo algunas frases de aliento y apoyo, los quejosos parecen ser ciegos, sordos y mudos ante ello. También conocemos esa terrible sensación de iniciar una conversación cualquiera y que, al final, ésta gire en torno a la existencia del quejica y de todas las desgracias que le sobrevienen cada día, desde que amanece hasta que anochece.

Si usted, por alguna razón extraordinaria, llega a narrar algún acontecimiento desafortunado, o a expresar algo que le preocupe y le cause cierta ansiedad o molestia, es muy probable, si no inminente, que el quejoso refiera otro suceso que a sus ojos es más terrible y genera un mayor sufrimiento, como si se tratara de una competencia, porque si hay una persona atormentada por los problemas en este mundo, es el quejica y a todos les debe quedar muy claro. A continuación presentamos algunos ejemplos con los que, probablemente, se sienta identificado:

—Me duele la cabeza, quizá me voy a enfermar.

—¡Ayyyy! Se me cayeron tres cabellos, no aguanto la migraña, yo creo que ahora sí me muero.

—Supe que te ganaste un viaje a Europa. ¡Felicidades!

—Sí, pero no me gusta viajar en avión, estar en un asiento varias horas me hace daño. Además, dicen que el retrete hace vacío y te succiona los intestinos, y la comida es horrible. Y quién sabe, cuando llegue allá seguramente me la voy a pasar mal, porque dicen que los europeos son de lo peor y va a haber mucha gente en todos lados y bla bla bla bla bla…

—Estoy feliz, al fin terminé mi tesis.

—Ah, sí. Pero fíjate que para esa carrera que elegiste no hay empleos, te vas a tener que dedicar a otra cosa. Yo, por ejemplo, con todo y que tengo una profesión que vale la pena y que nadie sabe más que yo, no encuentro el trabajo que quisiera. Imagínate cómo te va a ir a ti, que estás empezando, deberías bla bla bla bla bla…

—D:

—Quiero ahorrar dinero, pero no sé en cuál banco me conviene más.

—Pues yo tengo varias cuentas en diferentes bancos y en todas me quitan algo.

—Pero si todo el tiempo dices que no tienes dinero, que te va muy mal. ¿Cómo es que manejas varias cuentas?

—Esteee, sí… pero tengo muy poco dinero en todas. Además los bancos roban, no duermo pensando que me van a quitar el dinero que he ahorrado por tantos años, y no es justo, a mí siempre me pasan cosas malas, yo no sé qué he hecho para merecer esto. Soy tan buena persona y mira lo que me sucede, me llueven las desgracias y bla bla bla bla bla…

—SOY TAN INFELIZ, ME VA MUY MAL, ME PASAN PURAS COSAS MALAS, YO NO MEREZCO ESTO…

—Entiendo que pasas por un mal momento, pero hay cosas por las que puedes agradecer: tienes salud, una familia, un trabajo… Algunas personas no tienen nada de eso, piénsalo.

—¡BAH!, NO TENGO NADA QUE PENSAR, NO TENGO POR QUÉ COMPARARME CON OTROS, BASTANTES SON MIS PROBLEMAS Y BASTANTE MAL ME VA EN LA VIDA COMO PARA PREOCUPARME POR OTROS…

—Ah, ok…

Ejemplos hay infinidad, pero los anteriores funcionan para demostrar el punto: convivir con un quejoso es una tortura. Lo triste del caso es que, a pesar de que usted está consciente de la situación, de la competencia absurda y del malestar que le genera, le resulta muy difícil ponerle un alto. Sabe que es complicado expresar su sentir porque podría herir susceptibilidades, sin embargo, ¿no están su paciencia, su mente y su alma en extremo heridas a causa de las quejas ajenas? De tanto ponerse en los zapatos de otros, llega un momento en el que usted ya no sabe si es el pie o es la suela, aunque, considerando el panorama, seguramente se siente como lo segundo la mayoría de las veces. Si expresa cómo se siente, ante los ojos del quejica, usted quedará mal, sin embargo, sucederá lo mismo si calla, o si intenta alzar la voz sin que se tome como una ofensa. Tal como se narra en el cuento II de El conde Lucanor, haga lo que haga, diga lo que diga, piense lo que piense, siempre habrá alguien que no quede conforme.

Generalmente, y conforme crecen, a los pequeños se les enseña a comportarse con mesura, a reprimir ciertas palabras y conductas para no ofender al prójimo; no obstante, así como hay niños que se rebelan, hay niños que lo aprenden tan bien, que incluso de adultos reprimen sus emociones y los comentarios que pudieran enfurecer a los otros, sin importar cuán válidos sean. Desde ya le decimos, adorable dama, finísimo caballero, que la cortesía no está peleada con la justicia, y que es menester que usted exprese lo que le molesta en el momento en el que sucede, pues de otro modo, en su interior continuarán acumulándose sentimientos negativos que podrían explotar el día menos pensado y ocasionar daños inimaginables.

Regálese la paz y la tranquilidad que usted merece. Ponga en su lugar a los quejosos y exprese lo que siente con el poder de su voz. Cada vez que el quejumbroso empiece con su retahíla de lamentos, usted puede cambiar el tema abruptamente, o decirle de manera cortés a su interlocutor que prefiere hablar de otra cosa. También, si alguna de las opciones anteriores no funciona, puede pensar en otra cosa, o de la nada decir: “¡Mira, un perro!”, “¡Qué lindo pajarillo el que está allá!”, “¡No te oigo!, ¡creo que tengo sordera!”. El punto es, poco a poco, ir educando al quejica hasta que entienda que, si bien usted es una persona de nobles sentimientos y que sólo le desea lo mejor, no ganará nada agobiando a la gente alrededor con todos los problemas que (dice/piensa) tiene. Unas palabras de consuelo nunca están de más, pero cuando alguien no ve más allá de sus narices, ¿para qué invertir tiempo y energías en una situación que nunca va a cambiar, a menos que el quejoso así lo quiera?

Querida damita, estimado caballero, no se sienta culpable ni triste si no puede hacer nada. Ni todas las palabras de aliento, ni todo el apoyo sacará a los quejicas de su miseria hasta que no nazca de ellos la disposición para hacerlo: LA VOLUNTAD PARA CAMBIAR ESTÁ EN CADA PERSONA. Usted, mientras tanto, viva su vida, sea feliz, y no permita que ninguna nube arruine su día de fiesta.

We used to be friends

La amistad terminó desde hace mucho, creo yo. Desde aquella vez que le pregunté si iría al Corona Capital y me respondió: “Sí, pero voy a ir con una amiga”. En esa respuesta me dejó en claro que yo ya no tenía cabida en su existencia, ni en sus amistades, ni en sus afectos; yo ya no era nadie para él. Para colmo de males, de todas las personas a las que me podía encontrar en ese festival, me lo topé de frente a él, de la mano de su amiga (o mejor dicho, novia), muy feliz; ni siquiera me vio, y de todas formas me tapé con la capucha de la chamarra para pasar desapercibida, para terminar de ser invisible. Se lo platiqué a un amigo y me regañó; dijo que no debo esconderme de nadie ni sentirme avergonzada. Demasiado tarde.

En esos días de festival (el más lodoso y horrible al que he asistido), le escribí en WhatsApp para aclarar todo de una vez y no seguir pensando que yo había hecho algo mal. Le dije que si ya no me iba a hablar, respetaba su decisión, pero que me avisara. Dos días después respondió que no, que era porque andaba muy ocupado; yo sabía que no era eso, pero no dije nada, sólo me entregué a la resignación, como siempre.

Los meses transcurrieron y nunca más volvimos a hablar. Los likes y favs en las redes sociales en las que nos seguíamos, de escasos pasaron a nulos, y era como si fuéramos extraños, como si nunca nos hubiéramos conocido, como si ninguno hubiera estado presente en la vida del otro. Yo evitaba hacerme notar porque en alguna ocasión me comentó que otra chica con la que anduvo le preguntó qué onda conmigo, que por qué le likeaba y faveaba todo, aunque ni siquiera nos conocíamos en persona en ese entonces, y por ende, no quise que se diera una situación igual de incómoda.

Después de tantos meses de ausencia y silencio, decidí que era momento de emprender acciones y hacer algo con eso que sentía, con esa decepción, esa tristeza que causa perder un amigo. De algún modo reuní fuerzas, tomé valor y eliminé todo contacto con él: no podía seguir viendo lo que escribía, ni podía tolerar sus quejas acerca de los amigos que lo abandonaron, cuando a mí me trató de igual manera, me eliminó de su vida como a cualquier objeto viejo que estorba, que ya no tiene utilidad alguna. Me sentí como en una frase de Personal Velocity, que he adaptado para este post: “he dumped me… like a redundant paragraph“. Yo lo borré de mi vida, no como a un párrafo redundante, sino como a algo (o alguien, mejor dicho) que ya no tiene caso conservar, que sólo está ahí para recordarme que mi amistad no fue suficientemente valiosa para mantenerla a flote.

La cosa con las amistades, como con todo en esta vida, es que hay que ponerles empeño y atención, cuidarlas como se cuida lo que más se valora. Y, sobre todo, no tener sexo. Arruina todo. A veces quisiera que nunca nos hubiéramos besado la primera vez que salimos, y quisiera nunca haber visto su silueta atravesando aquel parque, después de despedirnos. A veces quisiera que nunca hubiéramos convivido, y que nuestra amistad se hubiera limitado a las redes sociales, a las palabras escritas. Pero no tiene sentido; vivimos las cosas por algo, y lo mejor que podemos hacer es aprender de ello, aunque no siempre sea agradable.

¿Que si estoy celosa? No. Si eligió a la chica con la que está ahora, sus razones habrá tenido y son respetables, pero sí debió decírmelo, dejar en claro que no me buscaría ni hablaría conmigo nunca más. Es más doloroso ser ignorado y eliminado así como así, que de antemano conocer los motivos por los que una persona anula todo contacto con uno. ¿Que si le guardo rencor? No. En verdad le deseo una buena vida, una vida dichosa. Se la merece. Todos merecemos ser felices. Yo también lo merezco, por eso es que lo dejé ir, por eso es que lo borré, para liberarme… Prefiero hacer de cuenta que nunca nos conocimos, a odiarlo eternamente sólo porque no supo ser bueno conmigo.

Dudo que él lea esto, pero si lo hace, espero que entienda mis motivos y que sepa que nunca lo odié, simplemente comprendí que hay que seguir adelante, cada quien en su camino. Y que hay que ser felices a pesar de todo, que hay que ser felices porque es lo mejor que podemos hacer con el tiempo que tenemos. Porque es lo mejor que podemos hacer siempre, todos los días de nuestra existencia.

Adiós, querido. Que seas brutalmente feliz.

Emoción

Hay una persona a la que conozco desde hace algunos años. Esa persona sabe muy poco de mí (salvo lo que le he llegado a contar) y yo sé muy poco de esa persona (salvo lo que me ha llegado a contar). Nos seguimos en Twitter y en otras redes sociales y, como dice una canción que cantaba Lucia Bosè, “habitamos la misma ciudad, vivimos bajo el mismo cielo, respiramos los mismos virus, pisamos las mismas aceras…”, pero convivimos muy poco. Además, todo nuestro contacto siempre se ha dado de manera virtual.

Cuando esa persona me escribe, experimento algo muy parecido a la emoción. Siento alegría. Siento un vacío en el estómago. Sonrío. Repaso sus mensajes una y otra vez, hasta que los memorizo y se me olvidan, y los vuelvo a memorizar y se me vuelven a olvidar, y los releo y me quedo con aquellas palabras que considero relevantes, con lo más sobresaliente de lo que él escribe. Sigo sonriendo.

La emoción poco a poco se desvanece cuando, inevitablemente, recuerdo que nunca me verá con otros ojos, que para él siempre voy a ser la chistosita, la que está obsesionada con los gatos; la emoción se va cuando pienso en que disto mucho del tipo de chicas que le gustan, que se siente atraído por aquellas mujeres que no se muestran impresionadas ante su persona, y pues, no puedo lograrlo porque me gana la emoción… A veces siento el impulso de la desfachatez y pienso en decirle que me gusta, pero recuerdo mis antecedentes, todas esas terribles experiencias en las que he sido sincera, y me queda claro que siempre han terminado en desastre… Entonces desisto.

Quizá lo más prudente sería que me olvidara de él, que dejara de alegrarme al ver un mensaje suyo en la bandeja de entrada, que me enfocara en cosas más tangibles, más reales. Decía Lord Byron: “In secret we met— in silence we grieve, that thy heart could forget thy spirit deceive”. Esto también es un secreto, algo que siempre he callado. Tal vez en silencio es como debe permanecer, porque, a fin de cuentas, se trata de una infatuación, de algo que la otra parte involucrada desconoce y que probablemente nunca llegue a preocuparle o a importarle.

Ignoro lo que vaya a suceder en un futuro, aunque, por como veo las cosas, dudo que la situación cambie. Por lo pronto, me quedo con este secreto, con esta emoción que le añade sal a mis días, que de alguna forma le aporta sabor mi existencia… Me quedo con esta sensación de la que me nacen sonrisas, con esas palabras que, aunque simples, han sido como un regalo, con esta emoción que me recuerda que, a pesar de todo, aún puedo sentir…

Gracias, Desconocido Vecino, porque por ti supe lo que es tener mariposas en el estómago… o hambre, qué se yo.

Am I wasting my time living in my head?