Lies

 

Algo que no se dice, no necesariamente es una mentira. Algo que se dice y no se siente, en cambio, es una de las mentiras más dolorosas. Callamos cosas todo el tiempo, le ocultamos cosas a todo el mundo, incluso a nosotros mismos, y aunque nos propongamos que cierta o ciertas personas no se enteren, terminamos haciendo algo que nos delata de la manera más ingenua.

He de confesar que callo muchas cosas, que callo todo el tiempo. Me resulta muy difícil hablar de mí, de los pensamientos que llegan a atravesar mi mente, manifestar esa parte de mí, compartir de cierta manera un poco de lo que soy. Y a pesar de esa dificultad, nunca he podido decir algo que no siento, jamás he podido decir una mentira así de grande.

Ciertamente, cuando sucede un desastre en nuestro interior, buscamos a quién responsabilizar de esa desgracia, de ese suceso con el que se nos vino el mundo encima. Tendemos a depositar en otros aquellos sentimientos generados a partir del acontecimiento doloroso, pero en el fondo sabemos que nada hará que la tristeza se vaya sino hasta que aceptemos que somos los únicos responsables de lo que sentimos, al igual que somos responsables de lo que decimos, lo que callamos y las mentiras que creamos.

No puedo culpar a nadie por haber creído mentiras, pero sí puedo hacerme responsable de lo que siento y de lo que haga a partir de ello. Y también puedo decir adiós, dejar ir, liberar… entender que algo simplemente no era para mí, y que no puedo lamentarme por algo que nunca tuve.

Seguiré callando muchas cosas y, con seguridad, seguiré creyendo a pesar de las mentiras. Hace días leí que a veces somos buenos con las personas equivocadas. También leí que creer es un deporte extremo, pero no por ello dejaré de hacerlo. Creer es arriesgar, poner tu apuesta sobre la mesa sabiendo que se puede perder, pero que también hay ocasión para ganar; después de todo, la existencia es perder y ganar constantemente, jugar con las probabilidades, retar al destino: vivir es apostarlo todo.

Esta vez aposté y perdí, y sin embargo, no me siento derrotada, quizá porque fue algo que en principio nunca tuve. A pesar de ello, no dejaré de arriesgar, de apostar, de creer; uno puede llevarse un gran premio cuando menos lo espera.

 

 

 

 

 

Extraño es no volver a desear
los deseos. Extraño es ver, perdido,
disperso, en el espacio todo aquello
que estuvo unido.
Y es penoso estar muerto y trabajoso
ir recobrando poco a poco un mínimo
de eternidad.
Pero todos los vivos cometen el error
de querer distinguir con excesiva
rotundidad. Los ángeles —se dice—
ignoran a las veces si están entre los vivos
quizás, o entre los muertos. El eterno
torrente arrastra las edades todas
por ambos reinos y, en entrambos, logra
hacer oír sus voces.
Rainer Maria Rilke