Quejosos No-Anónimos

Damita, caballero, seguramente usted, en algún momento de su vida, se ha encontrado con alguna persona que se queja del clima, de su trabajo, de su jefe, de lo mal que le va, de su cónyuge, de que no tiene pareja / dinero / amigos, de su familia, del transporte, del lugar en el que vive, de su condición física / económica / social, y de prácticamente cualquier cosa.

Sabemos que no se trata de eventos aislados, que la mayoría de estas personas suelen quejarse todo el tiempo, lo cual le causa malestar y agobio a usted que cada día escucha la retahíla de lamentos, de consignas negativas y desesperación, en muchos casos, injustificada. Estamos conscientes de que, por el afán de ayudar aunque sea escuchando a los otros, usted se puede ver arrastrado por esa ola de pesimismo, y que por más que intente usar como paliativo algunas frases de aliento y apoyo, los quejosos parecen ser ciegos, sordos y mudos ante ello. También conocemos esa terrible sensación de iniciar una conversación cualquiera y que, al final, ésta gire en torno a la existencia del quejica y de todas las desgracias que le sobrevienen cada día, desde que amanece hasta que anochece.

Si usted, por alguna razón extraordinaria, llega a narrar algún acontecimiento desafortunado, o a expresar algo que le preocupe y le cause cierta ansiedad o molestia, es muy probable, si no inminente, que el quejoso refiera otro suceso que a sus ojos es más terrible y genera un mayor sufrimiento, como si se tratara de una competencia, porque si hay una persona atormentada por los problemas en este mundo, es el quejica y a todos les debe quedar muy claro. A continuación presentamos algunos ejemplos con los que, probablemente, se sienta identificado:

—Me duele la cabeza, quizá me voy a enfermar.

—¡Ayyyy! Se me cayeron tres cabellos, no aguanto la migraña, yo creo que ahora sí me muero.

—Supe que te ganaste un viaje a Europa. ¡Felicidades!

—Sí, pero no me gusta viajar en avión, estar en un asiento varias horas me hace daño. Además, dicen que el retrete hace vacío y te succiona los intestinos, y la comida es horrible. Y quién sabe, cuando llegue allá seguramente me la voy a pasar mal, porque dicen que los europeos son de lo peor y va a haber mucha gente en todos lados y bla bla bla bla bla…

—Estoy feliz, al fin terminé mi tesis.

—Ah, sí. Pero fíjate que para esa carrera que elegiste no hay empleos, te vas a tener que dedicar a otra cosa. Yo, por ejemplo, con todo y que tengo una profesión que vale la pena y que nadie sabe más que yo, no encuentro el trabajo que quisiera. Imagínate cómo te va a ir a ti, que estás empezando, deberías bla bla bla bla bla…

—D:

—Quiero ahorrar dinero, pero no sé en cuál banco me conviene más.

—Pues yo tengo varias cuentas en diferentes bancos y en todas me quitan algo.

—Pero si todo el tiempo dices que no tienes dinero, que te va muy mal. ¿Cómo es que manejas varias cuentas?

—Esteee, sí… pero tengo muy poco dinero en todas. Además los bancos roban, no duermo pensando que me van a quitar el dinero que he ahorrado por tantos años, y no es justo, a mí siempre me pasan cosas malas, yo no sé qué he hecho para merecer esto. Soy tan buena persona y mira lo que me sucede, me llueven las desgracias y bla bla bla bla bla…

—SOY TAN INFELIZ, ME VA MUY MAL, ME PASAN PURAS COSAS MALAS, YO NO MEREZCO ESTO…

—Entiendo que pasas por un mal momento, pero hay cosas por las que puedes agradecer: tienes salud, una familia, un trabajo… Algunas personas no tienen nada de eso, piénsalo.

—¡BAH!, NO TENGO NADA QUE PENSAR, NO TENGO POR QUÉ COMPARARME CON OTROS, BASTANTES SON MIS PROBLEMAS Y BASTANTE MAL ME VA EN LA VIDA COMO PARA PREOCUPARME POR OTROS…

—Ah, ok…

Ejemplos hay infinidad, pero los anteriores funcionan para demostrar el punto: convivir con un quejoso es una tortura. Lo triste del caso es que, a pesar de que usted está consciente de la situación, de la competencia absurda y del malestar que le genera, le resulta muy difícil ponerle un alto. Sabe que es complicado expresar su sentir porque podría herir susceptibilidades, sin embargo, ¿no están su paciencia, su mente y su alma en extremo heridas a causa de las quejas ajenas? De tanto ponerse en los zapatos de otros, llega un momento en el que usted ya no sabe si es el pie o es la suela, aunque, considerando el panorama, seguramente se siente como lo segundo la mayoría de las veces. Si expresa cómo se siente, ante los ojos del quejica, usted quedará mal, sin embargo, sucederá lo mismo si calla, o si intenta alzar la voz sin que se tome como una ofensa. Tal como se narra en el cuento II de El conde Lucanor, haga lo que haga, diga lo que diga, piense lo que piense, siempre habrá alguien que no quede conforme.

Generalmente, y conforme crecen, a los pequeños se les enseña a comportarse con mesura, a reprimir ciertas palabras y conductas para no ofender al prójimo; no obstante, así como hay niños que se rebelan, hay niños que lo aprenden tan bien, que incluso de adultos reprimen sus emociones y los comentarios que pudieran enfurecer a los otros, sin importar cuán válidos sean. Desde ya le decimos, adorable dama, finísimo caballero, que la cortesía no está peleada con la justicia, y que es menester que usted exprese lo que le molesta en el momento en el que sucede, pues de otro modo, en su interior continuarán acumulándose sentimientos negativos que podrían explotar el día menos pensado y ocasionar daños inimaginables.

Regálese la paz y la tranquilidad que usted merece. Ponga en su lugar a los quejosos y exprese lo que siente con el poder de su voz. Cada vez que el quejumbroso empiece con su retahíla de lamentos, usted puede cambiar el tema abruptamente, o decirle de manera cortés a su interlocutor que prefiere hablar de otra cosa. También, si alguna de las opciones anteriores no funciona, puede pensar en otra cosa, o de la nada decir: “¡Mira, un perro!”, “¡Qué lindo pajarillo el que está allá!”, “¡No te oigo!, ¡creo que tengo sordera!”. El punto es, poco a poco, ir educando al quejica hasta que entienda que, si bien usted es una persona de nobles sentimientos y que sólo le desea lo mejor, no ganará nada agobiando a la gente alrededor con todos los problemas que (dice/piensa) tiene. Unas palabras de consuelo nunca están de más, pero cuando alguien no ve más allá de sus narices, ¿para qué invertir tiempo y energías en una situación que nunca va a cambiar, a menos que el quejoso así lo quiera?

Querida damita, estimado caballero, no se sienta culpable ni triste si no puede hacer nada. Ni todas las palabras de aliento, ni todo el apoyo sacará a los quejicas de su miseria hasta que no nazca de ellos la disposición para hacerlo: LA VOLUNTAD PARA CAMBIAR ESTÁ EN CADA PERSONA. Usted, mientras tanto, viva su vida, sea feliz, y no permita que ninguna nube arruine su día de fiesta.