Can we still be friends?

 

No. Tú y yo no podemos ser nada, ni siquiera amigos. 

Estoy cansada del mismo juego de siempre, de borrarte y des-borrarte de todas partes, de que tú me digas que no quieres que salga de tu vida, de que quieres seguir hablando conmigo, de que insistas en ser mi amigo. A mis amigos los necesito cerca porque los quiero, porque hacen que mi vida sea mejor, pero eso no sucede contigo, así que no puedo atender tu solicitud.

Entre tú y yo siempre se da la misma dinámica enfermiza en la que hablamos y me haces creer que te importo, y de pronto desapareces, pero cuando regresas, lo haces con una nueva novia o alguna persona que para ti valga más la pena. Me culpas por lo que no sucedió entre nosotros, pero sé que no es así, pues no fui yo quien decidió sustituir a nadie. No puedo darte y darle importancia a ese castigo que me impusiste, porque, de igual manera, no soy importante en tu vida y lo demuestras con creces. Siempre encuentras a alguien que ocupe ese lugar que jamás me ofreciste, y por el que, hace mucho tiempo, dejé de luchar. Así que, no, ya no puedo seguir con este juego; estoy muy decepcionada, fastidiada y asqueada, pero aún tengo la fuerza suficiente para, ahora sí, cumplir lo que ya varias veces me he propuesto: hacer de cuenta que no existes, que nunca estuviste en mi vida, que nunca te conocí y que, por lo tanto, eres una nulidad para mí.

Este juego ha terminado. Espero que cada quien, al fin, se quede con sus fichas, y que esa jugada se anule permanentemente, que nada de lo que (no) fuimos vuelva a ser ni vuelva a existir jamás.

 

Vuelta al Sol

Hace exactamente un año falleció mi abuelo y su ausencia se resiente todavía. 

Cuando alguien se va, alguien monumental, el vacío que deja es igual de gigantesco que su extinta presencia. Tratamos de acostumbrarnos a la idea de que ya no estará más, pero resulta complicado, porque todo, todas las cosas, te lo recuerdan de alguna forma.

A mi abuelo lo recuerdo como palabras, como las imágenes que embellecen un poema, como esos versos que se leen en silencio, pero que resuenan en el alma por siempre. Lo recuerdo como música, como la armonía de un danzón. Lo recuerdo como una caminata por el malecón de Villahermosa, como el viento que juega con los cabellos, como el sonido del Grijalva marcando el ritmo de los pasos. Lo recuerdo como todo lo que fue y lo que sigue siendo.

A mi abuelo lo encuentro en todas partes, en todas las cosas bellas. Se hizo uno con el universo y está presente, aunque en una nueva forma. Hemos dado ya una vuelta al Sol, pero mi abuelo sigue aquí, conmigo, con los seres que amó. Él permanece, él no se desvanece de la memoria ni del corazón, él está más vivo que nunca…

 

 

 

Soneto

El tiempo que nos une y nos divide
—frutal nocturno y floreciente día—
hoy junto a ti, mañana lejanía,
devora lo que olvida y lo que pide.

Cuidar en él lo que al volar descuide
será internarse en su relojería;
y minuto a minuto y día a día,
sin quererlo, aunque poco, nos olvide.

Olvidados del tiempo, esos instantes,
serán de eternidad; los deslumbrantes
momentos del instante de lo eterno.

Junio en tus manos su belleza afina;
el otoño es su dócil subalterno.
Tiempo y eternidad tu alma combina.

            Carlos Pellicer