Hace algunas semanas vi una película llamada The Lunchbox. La trama es simple: debido a un error en el sistema de entrega de almuerzos de Mumbai, dos personas con vidas, ideas y expectativas diferentes, se unen a través de la comida y de pequeñas notas que transforman la existencia de ambos. Ella es una ama de casa ignorada y poco valorada por su marido, mientras que él es un viudo que parece estar de mal humor la mayor parte del tiempo. Con el paso de los días, la amistad entre ellos crece más y más, pero no abundaré en detalles para no revelar toda la trama.
La historia me conmovió sobremanera, no sé si porque estaba muy deprimida, o por la idea de que siempre puedes encontrar a una persona a quien le puedes confiar tus sentimientos y pensamientos a través de palabras escritas o habladas, o simplemente porque me enseñó que aún se puede creer en alguien, en algo, en uno mismo. También recordé esta nota y el sentimiento de satisfacción que dejó en mí.
Aunque nos ostentemos como seres solitarios, como gruñones sin remedio, como valeverguistas en su máxima expresión, que alguien nos diga que cree en nosotros y que somos lo máximo, pero sobre todo, que lo diga sinceramente, tiene el poder de cambiarnos un día que pintaba para ser negro, o sacarnos una sonrisa, o simplemente hacernos sentir que en verdad estamos aportando algo al mundo. Sé que esto suena como los diálogos de un conocido documental, pero las palabras son poderosas y pueden transformarlo todo.
En todas las personas hay algo precioso, divino, algo que las hace únicas y marca una diferencia en la vida de los demás. Es difícil aceptarse, y sobre todo, aceptar que no sólo somos un cúmulo de defectos, sino que también poseemos virtudes que otros aman y admiran, que el mundo no sería igual de estar ausentes, que somos lo mejor, lo más preciado para alguien, y más que nada, que importamos. Que le importamos a alguien. Qué mejor que importarnos también a nosotros mismos. Abrir los ojos y vernos tal como somos. Deslumbrarnos, admirarnos, estremecernos porque somos indestructibles, porque somos oro.