Detesto ir al médico. Detesto que me regañen, que me sermoneen. Por eso siempre voy con doctores distintos. Para no tener antecedentes. Para que ningún galeno conozca mis antiguos padecimientos.
Hace dos semanas fui a consulta. Me sentía mal y descubrí que estoy más mal de lo que me siento. A veces pienso que de milagro estoy viva. “Antes di que estás aquí”, me dijo una amiga del trabajo cuando le referí todas mis enfermedades.
Odio estar de marica quejándome de mis achaques, pero hay días en los que siento que no puedo más. Ya son varios años de hacerme la valiente, la fuerte, la que aguanta todo. Francisco de Asís decía que todo arde, que nosotros también lo hacemos. Yo siento que ardo, que me consumo. En ocasiones viene a mi mente aquella frase de la canción de Crazy Horse que Kurt Cobain retomara en su nota suicida: It’s better to burn out than to fade away. Yo no quiero extinguirme. Al menos no ahora.
Dicen que la enfermedad no es sino un reflejo de lo que traemos en la mente. Cada quien es su propio enemigo, su propio verdugo. Yo decidí renunciar a ese papel, porque prefiero destinar esa energía a otras cosas, como sanar. Sé que poco a poco me iré sintiendo mejor, que todo seguirá ardiendo pero, en lugar de extinguir, esa llama interna generará vida.