A day in the life

Creo que soy afortunada porque he lidiado poco con la muerte. Fuera de mi bisabuela y el padre de la persona a la que más quiero en la vida (independientemente de mi familia), no ha muerto nadie que yo conozca. Al menos no alguien que conozca en vivo y a todo color.

Ayer descubrí que falleció una persona a la que seguía en Twitter. Me caía bien, era ocurrente, un tanto melancólico y raro, pero en su rareza residía su mejor cualidad. Platicamos poco, y sin embargo llegué a apreciarlo, como me ha sucedido con mucha gente con la que sólo interactúo de forma vietual. No pretendo hacerle homenajes en ninguna red social, es tarde para ello. Además no sabría cómo. Hago mención del hecho porque me afectó, porque es doloroso cuando alguien se va.

La partida de otros siempre me hace pensar en mi propia muerte. Hace algunos años no era un tema que me preocupara, pero dados los acontecimientos recientes, medito acerca de ello constantemente. Hace unas semanas, el médico me preguntó si quiero vivir. Respondí de mala gana. Me parece algo muy privado como para andar diciéndoselo a medio mundo. El asunto ha dado vueltas en mi cabeza; en algún momento el enunciado podría pasar de interrogativo a afirmativo: “Usted se va a morir.” No sé, tal vez he visto demasiadas películas, o quizás es que conforme aumenta la edad, junto con el cuerpo crecen las dudas y los miedos.

Esta canción, la más triste del mundo, según yo, me hace pensar en quienes se han ido, en la ausencia, en los seres melancólicos que pueblan este mundo… La vida, la muerte, todo sucede en un solo día, en un solo instante, y son inevitables. Supongo que por eso sigo aquí, porque no se puede evitar que yo viva. Quizá, como en el cuento de “Francisca y la muerte”, aún quedan muchas cosas por hacer, muchos asuntos sin terminar que no me dejan tiempo para morirme (y contrario a lo que pueda parecer, me alegro por ello).

You better run

Todas las mañanas veo cómo camina la gente hacia los andenes del metro, y algo dentro de mí se rompe. Pareciera que se dirigen al matadero, van al mismo ritmo, con el rostro desencajado, sin emoción alguna. Me duele porque soy parte de ese desfile fúnebre, porque en el fondo no quiero llegar a mi destino, porque sé que voy directo hacia mi destrucción.

Por más de seis años, casi todos los días he pensado que me van a correr del trabajo, que lo que hago nunca está bien ni es suficiente, que soy lo peor de este mundo. Y sí, me avergüenzo de ello. Me da rabia pensar que todos estos años lo he permitido porque, a pesar de las vicisitudes, amo mi trabajo y siempre lo he hecho bien, pero me he descuidado a mí misma. Creo que por eso he aguantado la crítica perpetua, la burla, la humillación, el bullying laboral…

No sé si toda esa gente que veo en el metro se enfrente a lo mismo, tal vez sí, y quizás, como yo, piensan que qué se le puede hacer. El amor por lo que hago es lo que me ha mantenido a flote… ¿quién podría resistirse a la belleza de que algo que creó, algo que nació de sus ideas, llegue a miles de personas? Yo no puedo. Tan es así que he sacrificado tiempo, convivencia, salud y una larga lista de cosas vitales. Pero todo cansa. Todo se acaba. Todo.

A veces quisiera salir corriendo y no volver a ver a nadie nunca más. Correr hasta que se deshagan mis pies, hasta que los oídos dejen de escuchar que todo está mal, que no valgo nada. Correr y ser libre. Aunque alguna vez alguien me dijo que el verdadero amor es renuncia. Eso me da fuerzas. He renunciado a muchas cosas por amor. Y aunque por fuera estoy maltrecha, vejada, por dentro experimento la gloria, una gloria dulce y serena, una gloria que jamás me podrán arrebatar.

Abran esa puerta, déjenlos pasar…

Es curioso cómo algunas personas que dicen amar la música, rechazan categóricamente ciertos géneros, y no sólo eso, los etiquetan despectivamente arguyendo que se trata de “grupos para nacos” o “canciones para pendejos”, por poner algunos ejemplos.

El bajista de la Banda Bostik murió como consecuencia de un accidente en carretera. También murió el diseñador del icónico logo de los Ramones. En Facebook, publiqué dos videos en homenaje a los caídos, y el único que obtuvo likes fue el que mencionaba a Arturo Vega porque, claro, esa muerte sí vale la pena. Jonathan Zúñiga, bajista del grupo de rock urbano, no merece ser recordado porque qué oso que te gusten esas cosas, lo único cool de ese género es Rockdrigo.

Qué pena que las personas tengan pensamientos semejantes. Yo no digo que todos debemos tener los mismos gustos, pero una vida sí debe tener el mismo valor, sin importar quién sea el dueño. La muerte qué sabe de pendejos y nacadas…